La raíz que hizo brotar la misión de la Dra. Jane Goodall fue su tremenda sensibilidad hacia especies no humanas: «Soy la voz del reino animal porque ellos también tienen algo que decir». Acompañada de su ejército de peluches –Mr. H, Rati y Piglet–, a sus 85 años, sigue alzando su voz para transmitir su mensaje: debemos proteger al Planeta y a los seres que lo habitan. En esta misión se ayuda del programa ‘Raíces & Brotes’ –con presencia en más de cincuenta países y en continuo crecimiento–, donde ha posado toda su esperanza en la educación de los más pequeños, que serán los próximos guardianes de nuestro hábitat.
Su semblante apenas ha variado a lo largo de los sesenta años que han pasado desde que aterrizó por primera vez en el continente africano. Quizá ha aparecido alguna arruga más en su rostro, señal de la suma de experiencias y conocimientos adquiridos desde que su mentor, Louis Leakey, la propuso para estudiar a los chimpancés con el objetivo de que estas observaciones le ayudaran en su tarea antropológica. Ella supo con apenas diez años que su sueño era compartir espacio con los animales, y su madre, que meció la cuna de esta intrépida aventurera, le apoyó. Rusty, su primer perro, fue la figura clave en el desarrollo de su empatía con los animales.
Después de varias décadas en contacto continuo con los chimpancés –luchó para otorgarles dignidad y nombres pese a la oposición de la comunidad científica en sus inicios–, Jane sigue manteniendo intacta su primera idea: «Cuando miro a un chimpancé siento que me sumerjo en los ojos de alguien que tiene mucho que enseñarme».
Es el respeto hacia ellos lo que le ha permitido ampliar horizontes en sus descubrimientos y en la tarea de mejorar la vida de esta especie en extinción. David Greybeard fue el primero que le permitió acercarse y le regaló su primer hallazgo: los chimpancés también fabrican herramientas. Más tarde anotó en su cuaderno nuevas coincidencias, como que también aprenden por observación e imitación o que experimentan diversas emociones. Y tras crear un Instituto con aprendices en los que delegar las funciones que ella había realizado durante años, vivió lo que denominó su ‘momento Damasco’ y tomó el camino del activismo para proteger al Planeta. De hecho, viaja más de trescientos días al año para cumplir con esta labor, inspirando con su trabajo y compromiso a miles de personas en todo el mundo.
La doctora Goodall afirma creer en «la resiliencia de la naturaleza» y con su labor uno cree también en el renacer del Homo sapiens. Su voz transmite calma en medio de cualquier caos urbanita; habla con admirable temple y total seguridad; y busca con la mirada a los asistentes de sus numerosos eventos. La sencillez de su discurso es un dardo directo a la conciencia de la sociedad ‘millenial’ y ‘Z’. Cuenta que una mujer le regaló una campana hecha con metal de una mina desactivada y le pidió que la hiciera sonar si hablaba de esperanza. Lo hizo y añadió «la esperanza está en sus manos y en las mías». Por ello también creó el programa ‘TACARE’: otorgaba microcréditos a mujeres para que fueran ellas mismas las impulsoras de proyectos.
El 8 de marzo, día internacional de la mujer, Jane Goodall es el mejor ejemplo de inspiración para las nuevas generaciones. El eco de su voz seguirá haciendo brotar sus raíces.